La maldad es un veneno viejo, que se cuela en las rendijas del alma humana como la humedad en los muros de una casa antigua. No hace falta haber leído a Maquiavelo ni creerse un filósofo de taberna para entender que hay gente que elige hacer el mal porque sí, porque le da la gana, porque descubrió que vivir a costa del miedo y la desgracia ajena le sale barato. Y lo peor es que esas almas torcidas no siempre nacen en barrios turbios ni en callejones oscuros; a veces se crían en casa bien, con uniforme planchado y educación de pago.
El vil asesinato de Francisco V., un anciano de 83 años, en un pueblo de Málaga es prueba de ello. No fueron demonios ni monstruos mitológicos quienes lo mataron, sino unos desgraciados de carne y hueso, yonquis de toda la vida que encontraron en el veneno de sus venas la excusa perfecta para convertir su misera existencia en violencia. Pero no nos engañemos: no fue sólo la droga. Fue la elección deliberada de ignorar cualquier resto de humanidad que les quedara.
Hay que tener la sangre helada para ahogar a una persona tan mayor, que apenas puede defenderse y cruzar el pueblo con el cuerpo en una carretilla de obra, para tirarlo en un arrollo, como un perro.
esas almas torcidas no siempre nacen en barrios turbios ni en callejones oscuros;
El problema es que a veces nos ponemos estupendos, hablando de que el mal es cosa del sistema, de la falta de oportunidades, de que “hay que entenderlos”. Pues no. El mal existe, y hay quienes lo abrazan con gusto, sin remordimiento ni excusa. Y contra esa gente hay que ser firmes. Porque si la sociedad cierra los ojos, si se deja dominar por el miedo o por un buenismo cobarde, esas bestias seguirán encontrando puertas abiertas.
Esta muerte es un nuevo aviso: en un mundo donde el mal se disfraza de víctima, hay que tener la valentía de llamarlo por su nombre y ponerle freno. Sin paños calientes ni cuentos morales. Porque, como bien saben los que han vivido lo suficiente, el bien sólo sobrevive si alguien está dispuesto a defenderlo con los dientes apretados y el alma en guardia.
El Rostro del Mal

La existencia del mal es una realidad que, por más que se intente ignorar, se manifiesta de formas tan brutales como dolorosas. No se trata sólo de un concepto filosófico, sino de una experiencia cotidiana que impacta a las personas y a las comunidades. El asesinato de un anciano a manos de unos individuos que han llevado una vida sumida en la violencia, la adicción y la marginalidad es una muestra cruda y desgarradora de cómo el mal se infiltra en la sociedad.
La maldad no siempre es espontánea; en muchos casos, se gesta durante años en el corazón de quienes deciden ignorar los límites más básicos de la convivencia. No se puede culpar exclusivamente al contexto social o a la carencia económica. Hay personas que, enfrentadas a circunstancias similares, eligen no dañar. El mal, entonces, es también una elección, una decisión consciente de perjudicar a los demás.
el bien sólo sobrevive si alguien está dispuesto a defenderlo con los dientes apretados y el alma en guardia
La conducta de estos individuos no puede explicarse solo a partir de sus circunstancias sociales. Si bien es cierto que la “mala vida” pueden desencadenar conductas violentas, hay una decisión personal de traspasar el límite que separa la desesperación del crimen.
El mal se manifiesta cuando se pierde la empatía, cuando el dolor ajeno deja de importar. Es posible que estas personas, en algún momento de sus vidas, hayan sido víctimas de abandono, violencia o rechazo. Sin embargo, hay quienes, con historias igual de complejas, eligen no hacer daño. La clave está en la elección moral, en la capacidad de cada individuo para decidir qué hacer con su propio sufrimiento: reproducirlo o detenerlo.
A pesar de que el mal es una decisión personal, también es cierto que la sociedad tiene el deber de identificar las señales que advierten sobre la degradación moral y actuar para prevenir que esta desemboque en tragedias. Casos como este donde durante años se ha observado cómo estos individuos se hundían en la violencia y el delito sin que se adoptaran medidas efectivas para pararlos.
La prevención del mal requiere una combinación de educación, valores y vigilancia social. No se puede permitir que la desesperanza y la falta de oportunidades se conviertan en una excusa para dañar. La justicia no sólo debe castigar a los culpables, sino también garantizar que otros no sigan el mismo camino.